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Si Bush hubiera ganado
RAMÓN TAMAMES
Escribo este artículo a las 17.30 h del miércoles 8 de noviembre, cuando todavía los resultados de las elecciones en EE UU no son definitivamente ciertos. El estado de Florida, la tierra que para los ojos europeos descubrió Juan Ponce de León, en su búsqueda de la fuente de la eterna juventud, poblada de indios fieros y aguerridos, los seminolas, tiene pendiente al mapamundi en la definitiva elección del Emperador Universal. Veinticinco votos en el colegio de compromisarios de la Unión decidirán quién va a ser el hombre más poderoso del planeta, y las distancias entre los candidatos a esa corona están en los mínimos pensables, aunque la tendencia favorece a George www Bush.
Si ganara el hijo del penúltimo presidente de la Unión, no sólo se confirmaría una línea dinástica, sino que al propio tiempo se producirían cambios importantes en el futuro del país que, se quiera o no aceptarlo, es el más dinámico del planeta.
Cuando los peregrinos del Mayflower llegaron a las costas de la Tierra de Promisión, encontraron un país semivirgen en el cual construir una nueva sociedad. Luego sería Alexis de Tocqueville, con La Democracia en América, fechada en 1835, quien nos revelaría las claves del entonces, y seguramente todavía hoy en muchos aspectos, más democrático país del mundo. Por mucho que a veces nos extrememos en lindezas de toda suerte sobre necedades presuntas de sus ciudadanos, insuficiencias o dislates gastronómicos, y otras observaciones tantas veces derivadas del complejo de inferioridad, o vulgo envidia, que caracterizan a los que no hemos llegado a articular una sociedad tan desigual, pero al propio tiempo tan conquistadora de nuevas fronteras y oportunidades.
Precisamente en todo eso puede radicar el triunfo de Bush, si finalmente se confirma. Porque hay una dialéctica permanente en el fondo de los 275 millones de hijos de Lincoln, en la búsqueda entre la sociedad abierta y desigual, y la más igualitaria e intervencionista. E intuyo, presumo, o incluso me temo, que los primeros son una mayoría más activa, que va más a las urnas, para imponer su escaso margen de prevalencia, o incluso su minoría dictatorial a los otros, que prefieren quedarse en casa, porque entre lo que ganan o pierden en Bolsa, los concursos de la televisión y el deporte mercantilizado tienen más que satisfechas sus aficiones vitales.
A mi juicio, los grandes temas de la campaña electoral fueron pocos, pero muy significativos. El primero de ellos, qué hacer del superávit presupuestario de la Nueva Economía: si dedicarlo a mejorar las prestaciones sociales vía organismos estatales y paraestatales, o si, lisa y llanamente, rebajar los impuestos. Y que quien esté libre de pecado, tire la primera piedra, podríamos decir en este trance. Porque la mayoría son pecadores fiscales, que con mucho gusto querrían sustituir la habitual evasión tributaria por unas tarifas más bajas de los tres o cuatro impuestos señeros.
En segundo término está la Seguridad Social, para elegir entre macroclínicas más o menos socializadas y bajo la férula de las enfermeras y los médicos sindicados, o servicios de salud con gestión eficiente basada en instancias menos públicas que hayan de rendir cuentas a juntas generales de accionistas y a fondos de pensiones que custodian la rentabilidad de sus abultadas inversiones.
Otro tema fundamental en esta campaña en la que Gore ha colmado de pequeñas mentiras innecesarias sus manifestaciones, al tiempo que Bush destrozaba el idioma de Shakespeare, y ciertamente debatido más silenciosamente, es el popularmente conocido como cheque escolar. Es decir, la posibilidad de que cada pareja de padres escoja el centro de enseñanza que más le inspire para sus hijos, financiándolo en todo o en parte con los recursos públicos que se le asignen, o deduciendo la factura en el impuesto sobre la Renta. Método bastante racional para crear competencia y acabar con los maestros y profesores inhibidos y acomplejados.
En el fondo, y camino ya de terminar este artículo, lo que se está ventilando en los últimos recuentos de votos en Florida para designar al nuevo Emperador es saber si se quiere una sociedad más regulada e intervencionista por quien sería una especie de Tarzán en la Casa Blanca dándole besos a tornillo a su santa, como diría Umbral, siempre que estuviera presente una cámara de televisión, o si por el contrario se busca una sociedad más dinámica, menos intervenida. Aunque, ciertamente, gobernada por un presidente que ha llevado a la cámara de gas o a la inyección letal a más de un centenar de sus conciudadanos, algunas veces incluso sin estar seguro de que los ejecutados tenían efectivamente sobre sus espaldas la responsabilidad de las incriminaciones imputadas.
Ralph Nader, el dirigente del Partido Verde, habría sido mi candidato si yo fuera ciudadano de ese inmenso y opulento país. Pero no hay que pedirle peras al olmo, porque los derechos de los votantes consumidores, incluyo en la democracia de un Tocqueville redivivo, están todavía muy verdes. Y tendrán que pasar luengos años para que en vez de la tiranía de la televisión, y ahora de Internet, haya procesos más racionales de elección de hombres justos y benéficos como nos proponía en un mensaje utópico la Constitución doceañista de Cádiz.
El Imperio seguirá adelante, de eso podemos estar seguros. Son muchos millones los que se quejan de su hegemonía. Pero si se quiere vencerla, hace falta mucha organización, disciplina y sentido del destino. Y ahora no hay ningún Lenin que sepa organizar todo eso. The end.
Ramón Tamames Catedrático de Estructura Económica (UAM) Catedrático Jean Monnet de la UE
estuweb.com©: 08/11/2000
Autor: Estrella Económica